Olvidar no es posible, perdonar es complejo, y sin embargo repetidamente escuchamos consejos que nos dicen, “Perdona”, “Libérate de esa carga”.
Efectivamente, cuando alguien nos ha lastimado; es decir, cuando alguien ha hecho algo que está fuera de las expectativas que nosotros habíamos puesto sobre las conductas o acciones de ese otro, es que nos sentimos ofendidos, heridos y traicionados. Es como si la persona que hasta hace unos minutos era alguien muy especial y querido por nosotros de pronto se hubiese convertido en otra cosa, en alguien capaz de hacer lo que nunca lo consideramos capaz y eso nos hace perder la confianza que en él o ella sentíamos.
Por supuesto, siempre se puede optar por romper una relación con un amigo, con una pareja, con un padre o un hermano; sin embargo, ¿sería esa la manera de resolver los conflictos?. Generalmente las personas que queremos no cumplirán todo el tiempo todas nuestras expectativas porque, primero, no siempre las hacemos explícitas o incluso son fantasiosas e inalcanzables y, segundo, porque ellos, como nosotros, son humanos y sus decisiones están más sujetas a las emociones que a la razón y la lógica. No obstante, nos tomamos el asunto de manera totalmente personal y vamos diciendo al mundo “miren lo que me han hecho a MI”, cuando en realidad la mayoría de las veces las personas actúan buscando un supuesto bien para sí y no un daño para otros. ¿O eres acaso de los que piensan que el mundo conspira en su contra todas las mañanas?
Ahora bien, es verdad que se puede llevar el resentimiento y el rencor sobre un hecho, o incluso sobre alguien, aún cuando el tiempo ha pasado y le gente pueda haberse transformado. Este es del tipo de hechos que suceden cuando alguien ha hecho algo y, pasados muchos años, aún se le busca que pague por sus responsabilidades. Yo me pregunto si un hombre que pudo haber matado a 10 personas a los 20 años debe ser castigado cuando se le atrapa a los 80; es decir, ¿sigue siendo el mismo que mató a 10 hace 60 años? ¿A quién estamos castigando?; al anciano del presente que puede estar arrepentido o al joven del pasado que cometió una atrocidad pero que, objetivamente, ya no es el mismo de aquel entonces.
Se cuenta una historia acerca de Buda en donde uno de sus primos, celoso por su fama, decide matarlo arrojándole una piedra a su paso. El primo falla en su intento, pero Buda alcanza a ver quién es el que le ha arrojado la piedra. Atemorizado, el primo de Buda corre a su casa a esconderse, y durante días decide no salir por temor a ser delatado por Buda y que la gente lo linchase. Pasados los días, y a falta de comida y agua, el primo decide salir y, para su desgracia, en la búsqueda de los víveres se topa de frente con el mismo Buda. “Perdóname”, le dice el primo, a lo que Buda con cara de sorpresa responde, “¿de qué me hablas?”. “No finjas”, responde su primo, “tú sabes a qué me refiero… tu sabes que el otro día te arrojé una piedra y te quise matar”. Buda lo mira y le dice, “nada tengo que perdonarte yo a ti… hoy, ni yo soy el que iba caminando por ese sendero, ni tu ya eres aquel que arrojó la piedra”.
En esta parábola tibetana se encierra una gran verdad. Las acciones las ejecutamos en un momento determinado, con un estado de ánimo determinado y en contextos determinados, y es así que deben ser observadas. Sin embargo, nuestra falta de perdón y rencor se arrastran incluso por años, como si aquel que “me ofendió a MI”, siguiera siendo el mismo. Por supuesto, siempre la falta de arrepentimiento del otro, o la repetición de la acción que nos ha lastimado, condicionará ya no sólo la imposibilidad del perdón, sino que incluso esto llama al alejamiento de alguien que deliberada y repetidamente me lastima, pero es justo por esto que es mejor alejarse, para evitar seguir siendo heridos por alguien que no sabe, o no puede, relacionarse de una manera más armónica, al menos con nosotros.
No obstante, muchas veces vamos alejándonos de quién no deberíamos, por faltas cometidas en el ayer y que hoy ya no tienen mayor significado o repercusión en nuestras vidas. Dejamos de hablar a nuestros hermanos o padres, juzgándolos por actos de nuestro pasado o, incluso, en un arranque de venganza por no habernos querido como nosotros pensamos que necesitábamos serlo en un período de nuestra vida.
Lo que hoy escribo de ninguna manera te invita a perdonar o a hacer las paces con quien no quieres. De hecho, ni siquiera te sugiero que le hables de nuevo a aquella persona a la que has determinado no hacerlo “porque no lo necesitas”; sin embargo, plantéate esta pregunta… “¿hasta dónde y hasta cuándo habrá de terminar esto?. Si la falta cometida es tan grande para ti, y tan personal contra tu ego o tu autoestima, decide perdonar nunca, pero decídelo ya y así dale vuelta a la hoja. No dejes períodos indeterminados al azar o a la alineación de los planetas. Mira tu vida y pregúntate como aquella “falta del otro” ha repercutido y cambiado el rumbo de tu vida. Muchas veces la respuesta es vergonzosamente absurda, pues la falta no ha dejado huella. Por supuesto que, en otras ocasiones, lo ocurrido habrá marcado para siempre tu vida, e incluso también la de aquel a quien hoy no puedes perdonar, y entonces la pregunta sería; “¿en verdad esto me lo hizo a mí, o es algo que ocurrió como responsabilidad del otro y, que estando yo en su vida o no, muy probablemente de todos modos hubiera ocurrido?”
Si decides que el odio y el rencor deben ser infinitos, deja a tus hijos una carta pidiendo vayan a la tumba de “tu enemigo” a odiarle una vez al año durante el resto de sus vidas, y que no olviden a su vez dejar a sus hijos la misma instrucción. Así al menos aquel que te ha ofendido tiene por seguro que nunca se perderá su tumba. Mejor aún, enseña que tus hijos odien a los hijos de aquel que te hizo daño a TI. Así se mantendrá el asunto vivo por generaciones aunque al final ya no muchos recuerden exactamente por qué empezó todo.
Si decides no perdonar no te escudes tras el miedo de la aparente indiferencia. Perdona y abraza o no perdones y odia, pero no te quedes en el agua tibia, rincón de los que no se atreven. ¿Hasta dónde vas a arrastrar esto… hasta cuándo llevarás esto que tú sabes que te consume? ¿Tan frágil eres… tan lastimado tu ego; tan grande tu miedo? ¿Para qué sigues así? ¿De qué te sirve, de qué te protege? ¿Hasta dónde…. Hasta cuándo?.
Mario Guerra