miércoles, 25 de marzo de 2009

¿Hasta dónde y hasta cuándo?

Olvidar no es posible, perdonar es complejo, y sin embargo repetidamente escuchamos consejos que nos dicen, “Perdona”, “Libérate de esa carga”.   

Efectivamente, cuando alguien nos ha lastimado; es decir, cuando alguien ha hecho algo que está fuera de las expectativas que nosotros habíamos puesto sobre las conductas o acciones de ese otro, es que nos sentimos ofendidos, heridos y traicionados.    Es como si la persona que hasta hace unos minutos era alguien muy especial y querido por nosotros de pronto se hubiese convertido en otra cosa, en alguien capaz de hacer lo que nunca lo consideramos capaz y eso nos hace perder la confianza que en él o ella sentíamos. 

Por supuesto, siempre se puede optar por romper una relación con un amigo, con una pareja, con un padre o un hermano; sin embargo, ¿sería esa la manera de resolver los conflictos?.   Generalmente las personas que queremos no cumplirán todo el tiempo todas nuestras expectativas porque, primero, no siempre las hacemos explícitas o incluso son fantasiosas e inalcanzables y, segundo, porque ellos, como nosotros, son humanos y sus decisiones están más sujetas a las emociones que a la razón y la lógica.   No obstante, nos tomamos el asunto de manera totalmente personal y vamos diciendo al mundo “miren lo que me han hecho a MI”, cuando en realidad la mayoría de las veces las personas actúan buscando un supuesto bien para sí y no un daño para otros.  ¿O eres acaso de los que piensan que el mundo conspira en su contra todas las mañanas?  

Ahora bien, es verdad que se puede llevar el resentimiento y el rencor sobre un  hecho, o incluso sobre alguien, aún cuando el tiempo ha pasado y le gente pueda haberse transformado.  Este es del tipo de hechos que suceden cuando alguien ha hecho algo y, pasados muchos años, aún se le busca que pague por sus responsabilidades.  Yo me pregunto si un hombre que pudo haber matado a 10 personas a los 20 años debe ser castigado cuando se le atrapa a los 80; es decir, ¿sigue siendo el mismo que mató a 10 hace 60 años? ¿A quién estamos castigando?; al anciano del presente que puede estar arrepentido o al joven del pasado que cometió una atrocidad pero que, objetivamente, ya no es el mismo de aquel entonces. 

Se cuenta una historia acerca de Buda en donde uno de sus primos, celoso por su fama, decide matarlo arrojándole una piedra a su paso.  El primo falla en su intento, pero Buda alcanza a ver quién es el que le ha arrojado la piedra.   Atemorizado, el primo de Buda corre a su casa a esconderse, y durante días decide no salir por temor a ser delatado por Buda y que la gente lo linchase.  Pasados los días, y a falta de comida y agua, el primo decide salir y, para su desgracia, en la búsqueda de los víveres se topa de frente con el mismo Buda.  “Perdóname”, le dice el primo, a lo que Buda con cara de sorpresa responde, “¿de qué me hablas?”.  “No finjas”, responde su primo, “tú sabes a qué me refiero…  tu sabes que el otro día te arrojé una piedra y te quise matar”.   Buda lo mira y le dice, “nada tengo que perdonarte yo a ti…  hoy, ni yo soy el que iba caminando por ese sendero, ni tu ya eres aquel que arrojó la piedra”.

En esta parábola tibetana se encierra una gran verdad.   Las acciones las ejecutamos en un momento determinado, con un estado de ánimo determinado y en contextos determinados, y es así que deben ser observadas.  Sin embargo, nuestra falta de perdón y rencor se arrastran incluso por años, como si aquel que “me ofendió a MI”, siguiera siendo el mismo.   Por supuesto, siempre la falta de arrepentimiento del otro, o la repetición de la acción que nos ha lastimado, condicionará ya no sólo la imposibilidad del perdón, sino que incluso esto llama al alejamiento de alguien que deliberada y repetidamente me lastima, pero es justo por esto que es mejor alejarse, para evitar seguir siendo heridos por alguien que no sabe, o no puede, relacionarse de una manera más armónica, al menos con nosotros.

No obstante, muchas veces vamos alejándonos de quién no deberíamos, por faltas cometidas en el ayer y que hoy ya no tienen mayor significado o repercusión en nuestras vidas.   Dejamos de hablar a nuestros hermanos o padres, juzgándolos por actos de nuestro pasado o, incluso, en un arranque de venganza por no habernos querido como nosotros pensamos que necesitábamos serlo en un período de nuestra vida.

Lo que hoy escribo de ninguna manera te invita a perdonar o a hacer las paces con quien no quieres.   De hecho, ni siquiera te sugiero que le hables de nuevo a aquella persona a la que has determinado no hacerlo “porque no lo necesitas”; sin embargo, plantéate esta pregunta… “¿hasta dónde y hasta cuándo habrá de terminar esto?.    Si la falta cometida es tan grande para ti, y tan personal contra tu ego o tu autoestima, decide perdonar nunca, pero decídelo ya y así dale vuelta a la hoja.    No dejes períodos indeterminados al azar o a la alineación de los planetas.   Mira tu vida y pregúntate como aquella “falta del otro” ha repercutido y cambiado el rumbo de tu vida.  Muchas veces la respuesta es vergonzosamente absurda, pues la falta no ha dejado huella.   Por supuesto que, en otras ocasiones, lo ocurrido habrá marcado para siempre tu vida, e incluso también la de aquel a quien hoy no puedes perdonar, y entonces la pregunta sería; “¿en verdad esto me lo hizo a mí, o es algo que ocurrió como responsabilidad del otro y, que estando yo en su vida o no, muy probablemente de todos modos hubiera ocurrido?”  

Si decides que el odio y el rencor deben ser infinitos, deja a tus hijos una carta pidiendo vayan a la tumba de “tu enemigo” a odiarle una vez al año durante el resto de sus vidas, y que no olviden a su vez dejar a sus hijos la misma instrucción.   Así al menos aquel que te ha ofendido tiene por seguro que nunca se perderá su tumba.   Mejor aún, enseña que tus hijos odien a los hijos de aquel que te hizo daño a TI.  Así se mantendrá el asunto vivo por generaciones aunque al final ya no muchos recuerden exactamente por qué empezó todo.

Si decides no perdonar no te escudes tras el miedo de la aparente indiferencia.   Perdona y abraza o no perdones y odia, pero no te quedes en el agua tibia, rincón de los que no se atreven.   ¿Hasta dónde vas a arrastrar esto…  hasta cuándo llevarás esto que tú sabes que te consume?   ¿Tan frágil eres…   tan lastimado tu ego; tan grande tu miedo?   ¿Para qué sigues así?   ¿De qué te sirve, de qué te protege?    ¿Hasta dónde…. Hasta cuándo?.   

Mario Guerra 

lunes, 2 de marzo de 2009

Entre Cronos y Kairos: el tiempo entre tus dedos.

El tiempo pasa, se mide y se acumula.  Hemos creado relojes, calendarios y fechas conmemorativas, como los cumpleaños, los aniversarios y demás días que se van creando para celebrar desde la familia, hasta el niño, la madre o el compadre.

Parecería ser que a los seres humanos nos gusta medirlo todo, especialmente el tiempo, y es así que nuestra mente juega con él, y con nosotros, cuando en un momento de disfrute la duración del tiempo se me hace una nada, y en momentos de tortura el tiempo se me hace un todo.

Es así que el tiempo, con nosotros y sin nosotros, no detiene su avance; es un flujo constante de sucesiones de instantes en donde, inevitablemente, mientras lees esta líneas está pasando el tiempo a través de ti, pero también se está acumulando.   Acumulas experiencia, conocimiento, pero también edad y, de acuerdo a las leyes de la Entropía, un deterioro gradual y progresivo de tu cuerpo en todos sus niveles.   El tiempo nos descompone, dirán unos, pero también nos crea y nos recrea, podrían pensar otros.  Sin el paso del tiempo efectivamente no envejeceríamos, pero tampoco creceríamos y no podríamos aprender o madurar.  

La sensación de ser “yo” la da el paso del tiempo que va forjando mi identidad a través de las relaciones que, con el tiempo, voy teniendo con otros seres humanos y con los demás elementos de mi entorno.   Si no pasara el tiempo no podría haber terminado aquella clase de la escuela primaria y el recreo jamás hubiera llegado, pero por otra parte también es cierto que aquel ser tan querido para ti jamás hubiera tenido que morir.   ¡Maldito tiempo!

El tiempo nos educa, maneja y aniquila; entregamos nuestra vida al tiempo y nunca tenemos tiempo, o mejor dicho, no muy frecuentemente nos hacemos el tiempo para estar con nosotros, con los otros o haciendo aquello que hubiésemos querido hacer cuando, al paso del tiempo, nos demos cuenta que ya casi no nos queda tiempo.   Parece ser que nos arrepentimos más de lo que dejamos de hacer que de lo que hicimos; nos arrepentimos más de haber dejado pasar el tiempo sin hacer o decir lo que un día soñamos.   Y aún en los sueños pasa el tiempo, un sueño inicia, se desarrolla y termina, eso es inevitable, porque todo es un flujo unidireccional en donde, hasta el momento, no podemos hacer que el tiempo de marcha atrás para regresar a rehacer todo aquello que hoy no nos gusta su resultado.

“El tiempo todo lo cura”, dicen por ahí; no obstante, algunos pueden tener la experiencia que la soledad, sumada al tiempo, no conduce sino a la depresión y el aislamiento.  “Tragedia más tiempo es igual a comedia”, sostienen otra ecuación popular, pero no se en realidad si mucha gente está muy dispuesta, o incluso posibilitada, para mirar este ángulo de un problema cuando está justamente con la tragedia hasta las cejas.

Y no obstante todo lo anterior, el tiempo es una fantasía.  La percepción que tenemos de él, de su velocidad, de su voracidad y de su invencibilidad nos deja de pronto a su merced y sus efectos.  “¡Nada contra el tiempo!”, reza un epitafio en un cementerio, pero aún así no es el enemigo a vencer.  Tampoco es tu mejor aliado, dicho sea de paso.

El tiempo, como así llamamos a un flujo constante de eventos inevitables en sí mismos, no es sino el período de transcurre entre un estado y otro de un ente determinado sujeto al cambio.   En la mitología griega Cronos es el Dios del tiempo real e inexorable, cuyo paso nos lleva inevitablemente a la muerte; Kairos, en cambio, es el Dios del tiempo interior de los hombres, el tiempo de los sueños y del espíritu, es el que persistentemente nos devuelve la vida.

El tiempo secuencial y cronológico deriva de cronos.   El tiempo Kairos, a diferencia de cronos, se ha descrito como “entre el tiempo”, un periodo indeterminado de tiempo donde “algo” especial sucede.   Kairos está intrínsecamente relacionado con la calidad de atención de los que lo experimentan; es decir, la percepción subjetiva que poco tiene que ver con los relojes de Cronos.   Kairos se puede entender como el momento justo o crítico de oportunidad (Carpe Diem), el momento en que se abre esa ventana en donde podemos ver algo o hacer algo significativo; es el tiempo que aprovechamos, o no.     Kairos es un periodo de disrupción al flujo normal de las cosas -un tiempo para que algo nuevo surja.
Si bien el tiempo Cronológico da secuencia y coherencia a la vida, vivir bajo su influjo garantiza justamente ver pasar el tiempo, o sólo acumularlo sin mucha razón ni sentido.  Vivir conforme a Kairos, en cambio, te permite, sin importar el tiempo cronológico transcurrido, encontrar, mejor dicho, darte esos momentos de tiempo en donde puedes hacer cosas realmente significativas.    
A Cronos lo puedes gestionar, medir; sentarte a esperarlo o verlo pasar.   No lo puedes asir, no lo puedes detener ni tampoco lo puedes apresurar.   A Kairos, en cambio, hay que gestarlo, parirlo, salir a buscarlo y tomarlo al paso.   

Finalmente, tanto Cronos como Kairos desembocan en la muerte y el morir.  ¿Qué te gustaría llevar como equipaje a un lugar donde la moneda convencional, el dinero, nada compra?   Un lugar donde las posesiones materiales nada valen y donde las influencias no funcionan.   Nada que Cronos pueda darte y sí mucho de lo que puedas aprovechar en tus momentos Kairóticos.
¡Caramba!, mira el tiempo que “has perdido” leyendo este artículo.  Tu reloj te demanda atención, cobra consciencia, mira la hora que es, mira tus deberes que no has hecho…  “no hay tiempo que perder”, diría Cronos, aunque Kairos quizá diría, “no dejes perder el tiempo”.

Mario Guerra

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