viernes, 13 de febrero de 2009

Amores que matan (los sustratos de la codependencia)

El amor no lastima, el amor no hiere y el amor no mata.  Si amas tanto que sientes que no puedes más, o sientes que no puedes más con quien dice amarte tanto, quizá te convenga leer esto.

El amor forma parte de la vida; si bien no está catalogado dentro de las emociones básicas (ver Blog “El Edén de Hades” entrada del 13/02/2008 “Emociones”), los expertos nos dicen que es una mezcla entre la aceptación y la alegría lo que nos hace sentir amor por una persona, situación u objeto.  Por supuesto que esta mezcla de emociones da como resultado no sólo el amor por sí mismo, sino conllevan serenidad, confianza, admiración y éxtasis como componentes adicionales.  Es así que,  en suma, el amor es una emoción secundaria en la que la presencia del otro debe aportarnos mutuamente esos elementos para poder decir entonces que existe realmente el amor.




Ahora bien, parece que esto de sentir, alegría, aceptación, serenidad, confianza, admiración y éxtasis en el amor es algo incompleto, según se nos ha dicho, nos han enseñado o, incluso, lo hemos sentido.   Claro, diríamos que nos falta el altruismo, la abnegación, la entrega, la tolerancia y el sacrificio por el ser amado para que realmente estuviésemos hablando de un amor pleno, ¿no es así?No obstante, el fundirse en el otro, el vaciarse en alguien más, o la entrega irrestricta por encima aún de los propios intereses o bienestar no sólo no garantiza el amor, sino más bien todo lo contrario.  Y con esto de amor no me refiero exclusivamente a las relaciones de pareja convencionalmente concebidas, sino también a las que se dan entre padres e hijos, entre hermanos o incluso entre amigos.  

Me refiero en este artículo a las relaciónes codependientes, entintadas sí de amor, pero un amor de los que matan; es decir, uno obsesivo, tormentoso y destructivo.    La mayoría de las investigaciones en este sentido señalan que existe una mayor incidencia en mujeres.

Hands y Dear (1994), señalan que las mujeres son “entrenadas” a través de las normas sociales para cubrir las necesidades de otros y enfocar sus energías en su capacidad de “cuidadoras”; características concebidas como definidoras de la codependencia.     Appel, 1991 y  Babcock, 1995, definen a la codependencia como la  “Excesiva conformidad” de la mujer hacia el rol estereotípico establecido y señalan que las estructuras sociales fomentan en la mujer las conductas de cuidado, altruismo y autosacrificio pero “protegen” a los hombres de desarrollarlas.

Estudios en México (Díaz-Loving, Rivera Aragón y Sánchez Aragón, 1994) indican que las mujeres que logran adoptar una instrumentalidad positiva y mantienen la afectividad positiva que obtuvieron en la socialización familiar, tienen mayor probabilidad de formar relaciones de pareja constructivas. Pero si estas características se combinan con una afectividad negativa que también se obtiene en la socialización del género femenino (ser inestables, quejumbrosas, celosas, lloronas, miedosas, dependientes, sumisas, abnegadas y conformistas), las conductas codependientes aparecerán con mayor probabilidad.

Es así que nuestro propio modelo social va abriendo brecha a este fenómeno.  Que en una franca satanización al “individualismo”, la mujer debe ser “guadalupanamente abnegada con sus hijos” y atenida a la postura de la pareja si es que quiere ser aceptada, no sólo en el seno familiar, sino en el del colectivo social.   Nuestra sociedad más tradicionalista está muy orientada a las relaciones y a los valores familiares como un baluarte para defenderse de las agresiones del exterior, ya sea de otro núcleo familiar, de un estrato social superior o de una propia ideación de desventaja en donde se siente la necesidad de arrebatar identidades que no se sienten tener.   Actitudes que pueden ser plausibles en un contexto determinado, no lo serán cuando su prevalencia, persistencia e intensidad rayen en el entreguismo individual.  La cooperación (más que la competencia), la expresividad (más que la instrumentalidad), la afiliación (más que el prestigio), el sentimentalismo y el romanticismo (más que el pragmatismo) son, así como sus opositores, elementos que deben dosificarse en toda relación, pues si bien los primeros dan la búsqueda del bien común, el encuentro con una identidad colectiva y un apego a la cultura, pueden también conducirnos a la codependencia por medio de la abnegación y el altruismo desmedidos.   Por supuesto, en otro sentido, una relación entintada eminentemente de una función lógica y utilitaria impedirá un vínculo afectivo sano.

En el codependiente existe la creencia que no podrá vivir sin la persona amada, y por ello se deja a sí mismo de lado para anteponer los intereses de la pareja, o al menos los intereses que el codependiente cree que el otro necesita, puesto que es también importante para él sentirse necesitado de alguna manera, es por eso que frecuentemente busca personas que pueda percibir como “necesitadas”, tal vez un alcohólico, tal vez una persona “en abandono” o simplemente alguien a quien “rescatar”.   El codependiente tiene miedo al abandono, niega y reprime los sentimientos negativos en una aparente sumisión, que no es sino un espejismo auto impuesto para no darse cuenta de su realidad, lo cual le obligaría a actuar en consecuencia.   El codependiente exige “quiéreme como yo te quiero a ti”.  Busca inconscientemente el control, la manipulación y el estancamiento de su pareja, pues todo cambio o crecimiento le presupone un riesgo o una amenaza, lo cual le puede llevar a perderle.   Busca convertir al otro en un ser perfecto del cuál no quiera alejarse nunca, pero que, sin quererlo, propicia justamente que al no serlo deje un hueco en el pozo sin fondo de su necesidad de amor.

Cuando llega el rechazo, o la persona “amada” por fin descubre que la relación no es sana y decide irse, entonces el codependiente transforma todo su amor en frustración, rabia, miedo y resentimiento.  Esto no es extraño, pues los mismos neurotransmisores que median el enamoramiento activan el impulso contrario con la misma intensidad contra lo que antes se amaba.   Claro, esto no suele durar, pues los sentimientos de esta naturaleza se reprimen dejando paso nuevamente a la falta de sentido y la victimización.

Para superar la codependencia debemos en principio buscar ese amor en el interior, en algún rincón de la infancia o del ayer en donde se extravió por alguna razón, algún malentendido o una interpretación errónea de algún evento de la niñez.  Un sentimiento de vergüenza de su propia identidad, de vacío, de falta de sentido o de valor.    El codependiente debe aprender a ponerse en contacto con sus sentimientos y hacerse responsable de ellos dejando de culpabilizar a los demás.  Debe aprender a decir que no, a que el sacrificio no es necesario para la aceptación y a que, quien verdaderamente te ama, ni espera que te sacrifiques ni te lo pediría jamás.

No siempre es posible que el codependiente se dé cuenta de estas dinámicas, y menos aún de sus soluciones.  Lo principal es que sea para él, o ella, un problema y entonces buscará la manera de hacer algo.  Por supuesto que cuando se tiene la sensación que la situación te rebasa, siempre es una buena idea buscar ayuda profesional.    Finalmente la codependencia tenderá a dejar tras de sí una pérdida; del objeto amado para el codependiente, y de un amor que parecía bueno, pero que terminó asfixiándole sin remedio, para el que consigue escapar de la relación.  De cualquier manera, siempre es mejor trabajar una pérdida y acabar por dejar atrás los “amores que matan”.

Características de los codependientes

1.          Baja autoestima.

·         No se ven como personas con valor ni sienten amor hacia sí mismos

·         Se sienten heridos fácilmente

·         Se sienten incómodos cuando les hacen cumplidos

·         Se sienten solos y vacíos

·         Su deseo de hacer las cosas perfectas los lleva a postergar

·         Se juzgan a sí mismos con severidad

·         Autocríticos; nada de lo que hacen los satisface por completo

·         A menudo se comparan con otros

 

2.          Control.

·          Dificultad para expresar ciertos tipos de sentimientos (dolor, amor, rabia, miedo)

·          No se dejan conocer fácilmente. Sólo cuentan aquello que consideran seguro

·         Les cuesta reconocer sus errores

·         Les cuesta pedir ayuda

·         Tienen miedo a perder el control

·         Su autoestima aumenta cuando ayudan a otros a resolver sus problemas

·         Sienten resentimiento cuando otros no siguen sus consejos o no les permiten ayudarles.

 

3.          Necesidad de complacer

·         Compromete sus propios valores e integridad para complacer a otros

·         No sabe decir "no" y si lo hace se siente culpable

·         A menudo mantiene relaciones sexuales cuando en realidad no quería

·         Gasta mucho tiempo fingiendo que todo va bien

·         Piensa que hacer cosas para sí mismo es egoísta

·         Siempre antepone las necesidades de los demás a las propias

·         Hace lo que su pareja o amigos quieren que haga en vez de lo que él quiere

·         No le dice a los demás que está enfadado

·         No expresa sus verdaderos sentimientos porque le preocupa la reacción de los demás.

 

4.          Relaciones

·         Cree en el amor a primera vista

·         La gente que es agradable con ellos les resulta aburrida

·         Piensa que sus problemas se resolverán si consigue que su pareja cambie

·         No puede sentirse bien consigo mismo cuando su relación de pareja no va bien

·         Se siente incompleto sin pareja

·         Cree que los demás controlan sus sentimientos: pueden hacerle feliz, triste, enfadado, etc.

·          Miedo al abandono o al rechazo

·         Se siente responsable de los sentimientos de otros

·         A menudo siente una rabia exagerada

·         Necesita proteger a otros y sentirse necesitado


Mario Guerra

sábado, 7 de febrero de 2009

Como si fuera la primera vez

¿Te acuerdas de tu primer beso, de tu primer día de escuela o de la primera vez que saliste de viaje solo?  ¿Te acuerdas de la primera noche junto a tu pareja, sus primeras vacaciones juntos  o el primer día que salieron rumbo al trabajo desde su nueva casa?   Las primeras veces de todo son, generalmente, fácilmente identificables.  Particularmente si son eventos que marcaron nuestra vida, van dejando registro en nuestra memoria, ya sea a través del recuerdo, a veces por medio de fotos, videos o incluso de la remembranza compartida donde cada uno recuerda detalles distintos y, a veces, hasta un poco dispares.   Efectivamente, la memoria humana nos juega trucos y va matizando la experiencia para enriquecerla a su manera.

No obstante, en el otro extremo del espectro están aquellos eventos que también recordaremos, pero que, por lo general, nunca identificamos mientras ocurren sino hasta que la posibilidad de repetirse se vuelve un imposible; me refiero a las últimas veces de algo.



¿Cuándo será nuestra última comida juntos, cuándo la última vez que nos levantemos de la misma cama, que comamos en la misma mesa o que nos digamos por última vez “buenas noches”?  ¿Cuál será el último beso?  ¿Cuándo la última vez que nos miremos como amigos, como amantes, como pareja o, incluso, cuándo la última vez que nos miremos del todo?   Eso nunca lo sabremos, quizá, sino hasta que haya ocurrido un evento que marque una separación del objeto antes amado.  Lo sabremos cuando, una vez más, a través de la memoria añoremos o rememoremos aquellos días al lado de alguien importante y que hoy ya no está más en nuestras vidas.  Aquí una vez más hacen su presencia las ayudas de los medios de registro electrónicos… videos, e-mails, fotos…   Sin embargo, no siempre queda un registro de esta naturaleza en tales instrumentos y la última vez de algo sólo queda en la memoria del corazón.

La actividad de la vida urbana, y cada vez más también la no tan urbana, nos sumerge en un ritmo frenético de quehacer en donde ya no tenemos tiempo para muchas cosas; donde los besos de despedida para ir a trabajar (si es que se siguen dando) son más bien automáticos y fugaces porque hay tanta prisa por correr, por llegar, por salir.   En otro sentido, las relaciones se transforman, por no decir que se desgastan, y que aquellos detalles y atenciones se van espaciando de tal manera que, casi sin darnos cuenta, nos cubren con el patinado velo de la rutina haciéndonos de pronto a vivir una vida en sepia.

Cuántas veces, cuando una separación obligada se da, particularmente por muerte o por un alejamiento definitivo no deseado, nos lamentamos y reprochamos el no haber hecho o dicho cosas importantes con el ser amado.  No haber tenido más tiempo para estar juntos, para soñar juntos, para besarse, para abrazarse…   tal y como buscaban hacerlo aquella primera vez.  Lamentablemente el tiempo no tiene marcha atrás y para el fin de la vida no hay reversa, y no es sino hasta que el objeto amado se aleja de nosotros que “despertamos” y echamos de menos lo que se tuvo pero ya no se veía, lo que estaba pero ya no se podía apreciar tras la sombra de la rutina.

Propongo pues hacer cada acto de demostración afectiva uno que pueda parecerse al de la primera vez; es decir, uno muy consciente, muy emotivo y realmente significativo.   Hoy parece ocioso y hasta impráctico tomar en serio una propuesta de esta naturaleza, pero créeme, querido amigo, o querida amiga, que no lo es tanto a la luz de la pérdida.   Hacer un breve alto en sus vidas, en su relación, y plantearse qué cosas son diferentes hoy a lo que solían ser como las primeras veces.  ¿Recuerdas en primera instancia por qué te enamoraste de tu pareja?; ¿Sabes qué es lo que hacías que le fue enamorando tanto?  Y si ya lo has identificado, o siempre lo has sabido, ¿es algo que sigues haciendo o de pronto ha perdido sentido y ya no existe más?   Por supuesto que toda relación es dinámica y está sujeta a la transformación, como he dicho; sin embargo, tomar en cuenta que hay cosas que podríamos retomar de aquellas primeras veces y que pueden traer de vuelta las sensaciones y las emociones que fijaron momentos memorables es algo que considero vale la pena, ¿no es así?

¿Qué pasaría si hoy hicieras un esfuerzo consciente y trataras de mirar a la persona que más quieres como si fuera la primera vez?  Verías, por supuesto, que ya no es la misma, pero en realidad tú tampoco lo eres del todo y, sin embargo, hay algo que existe entre Ustedes desde la primera vez.   Y qué pasa si, mañana, sin anunciarlo, retomas algo de lo que hacías aquellas primeras veces y hoy no es tan frecuente o ha desaparecido del todo.  ¿Por qué pensar que la cantidad (y calidad) de besos y caricias del noviazgo hoy no son tan necesarias?    Mírale a los ojos… deja que la memoria del corazón te lleve por los caminos ya transitados en el pasado y reencuéntrate con aquello olvidado.  Si es necesario, perdona… pide perdón… no esperes a tener sólo el recuerdo de “aquella última vez” taladrando tu mente y tu alma; es verdad que nunca hay del todo segundas oportunidades si lo piensas; siempre son nuevas oportunidades de redefinir una relación; siempre puedes hacer como si fuera la primera vez.

Mario Guerra

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