martes, 20 de enero de 2009

¿Morir del todo?

Perder es inevitable; sólo es cuestión de tiempo para que todo aquello que poseemos, material o inmaterial, se separe de nosotros.  Cosas, personas, afectos, joyas, cualidades, mascotas e incluso ideales están inevitablemente destinados a surgir a nuestra percepción, morar a nuestro lado por un tiempo y finalmente a cesar nuevamente de nuestro campo sensorial, ya sea porque el objeto en si mismo se aleje, o a veces decida alejarse, o porque seamos nosotros los que, a través del morir, dejemos atrás todo cuando alguna vez nos fue preciado.

Por supuesto que en esta línea de pensamiento suena macabro el hecho de la inevitabilidad de la separación, pero también en nosotros puede ser que brille una luz de esperanza en donde, el “más allá” sea la solución que va a mitigar nuestra ansiedad, ya sea porque en algún momento futuro volvamos a reunirnos con lo amado, ya porque desde las nubes “lo estaremos viendo” o porque incluso se tiene la noción de que el lugar a donde ha de partir el alma está pletórico de satisfactores que nos harán no añorar aquello que antes cuidábamos con tanto celo.

Si bien la ciencia se empeña cada vez con más ahínco en decirnos que la conciencia es una propiedad emergente del cerebro y que el alma no es sino una construcción necesaria para dar sentido a nuestra vida más allá de la vida, lo cierto es que efectivamente tenemos necesidad de creer en algo.  La necesidad es tan fuerte que, cuando vemos alguna evidencia científica que refuta nuestras creencias, nos aprestamos a decir que la ciencia tiene poco o nada que decir de las materias del alma y de las cosas de las que carece de métodos e instrumentos para medir o siquiera percibir, como el alma misma o la mente (al César lo que es del César y…).

Ya en la edición de Octubre/Noviembre de la revista Mind (www.sciam.com/sciammind) Jesse Bering (Director del Instituto de la Cognición y Cultura de la Universidad de Queens en Balfast, Irlanda) nos dice que:

  1. Casi todo el mundo tiene la tendencia a imaginar que la mente continuará existiendo después de la muerte del cuerpo.

  2. Estudios demuestran que aún la gente que cree que la mente deja de existir al morir, muestra este tipo de razonamiento “continuidad psicológica”.

  3. No se trata de un sub-producto de la religión ni de una especie de “amuleto emocional”.  Hay evidencia que sugiere que estas creencias encuentran su origen en la naturaleza más profunda de nuestra consciencia.

No obstante lo anterior, el autor sugiere que debemos considerar el ineludible hecho de que nunca nos enteraremos que hemos muerto, puesto que para entonces la consciencia estará extinta.   Es decir, nadie sabe lo que se siente estar muerto para poder decirlo del todo, pues si bien hay personas que declaran “haber estado muertas” y regresar; en realidad si regresan es porque nunca estuvieron muertas del todo (no se puede estar medio muerto, aunque luego de lidiar con el tráfico de la Ciudad de México uno puede pensar lo contrario).

El caso es que nos queda claro que la muerte anuncia el fin de la vida; o que el fin de la vida anuncia el inicio de la muerte, pero poco nos queda claro de lo que viene después de eso.  Al final existe también la teoría de que “volvemos al lugar de donde vinimos”, la cuestión es que la explicación que damos de tal lugar tampoco es clara y queda también al amparo de la fe y las creencias individuales o colectivas.

Cada vez más me topo en mi consultorio con personas que desean creer que su ser querido muerto ha pasado a una mejor vida, pero la mente, otrora defensora de tales conceptos, se encuentra inmersa en la ambigüedad de los tiempos modernos en donde otra parte de ella nos impide creer, al menos con la fe de tiempos pasados, ciegamente en esto.  Hoy se duda, se siente aún más grande la soledad y el vacío del ausente ante la perspectiva de una separación definitiva; es decir, ya no se vislumbra como antes la posibilidad de una reunión y la muerte del otro no hace sino recordarnos la nuestra, la que se avecina y que tarde o temprano llegará, pero habremos de plantearnos si en ese momento estaremos rodeados del halo protector de las creencias en una vida futura, o ante la angustia de la extinción definitiva y la sinrazón de una vida destinada al olvido.

Yo por mi parte, por afinidad espiritual, prefiero creer que hay algo más, tengo necesidad de creer y asirme a la idea, y a la sensación, de que esto no termina aquí y que, en el futuro, habremos de enterarnos qué hay del otro lado de la puerta.  ¿Ustedes que piensan?

Mario Guerra

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente articulo; he perdido a mi madre y a mi pareja seis días antes que ella... Quiero, deseo, necesito creer que existe algo mas allá de la muerte, pero... mi cerebro me dice que eso no es posible, y no tengo tranquilidad en mi mente. Felicitaciones Mario.
Erendira Merlos Razo

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