sábado, 31 de enero de 2009

La temida vejez

Últimamente muchos pacientes muy en secreto, otros no tanto, me han confiado que, si lo piensan, tienen miedo a envejecer.   Yo recuerdo cómo uno antes quería llegar a viejo, porque vejez implicaba respeto, sabiduría, experiencia y vida acumulada.     Hoy por hoy estamos viviendo más años, de eso la ciencia médica se ha encargado, pero entre la consumación de nuestros proyectos de vida (una carrera, tener hijos, tener éxito laboral…) y el momento de la muerte hay algunos años en los que estamos viviendo, y conviviendo, a veces sin ton ni son.

Y claro, hoy los viejos son unas piezas sobrantes en nuestro rompecabezas social.  No producen, son anticuados, viven tantos años que su salud, y sus facultades, se deterioran y hay que cuidarlos y protegerlos aún de sus propias decisiones.  Nos vamos haciendo cargo los de atrás, pues en una competencia natural ahora nosotros somos los que estamos al mando.   Los viejos se vuelven entes ornamentales, en el mejor de los casos, o aquel abuelito que “hay que ir a visitar” (siempre que no haya algo “más importante” que hacer) y que ignoramos olímpicamente en nuestras conversaciones.     “Es que ya no platica nada”, nos excusamos, pretendiendo que sean ellos los que inicien una conversación donde todos hablamos de cosas cotidianas que para ellos no son familiares como nuestros trabajos, escuelas y festejos con nuestros amigos.  Ellos, cuando viven en mundos más bien aislados donde ya sólo frecuentan a los amigos de siempre (y que poco a poco van ausentándose por muerte, cerrando con ello el círculo de posibilidades), generalmente pueden solo hablar de sus recuerdos; aquellos recuerdos tan repetidos, tan escuchados que “ya nos sabemos de memoria” y han perdido toda capacidad de fascinación.    Hoy ya no son los abuelitos o las abuelitas sino los “abuelos”, en un tono más bien ríspido e impersonal.   Estamos perdiendo conexión con el pasado mucho antes que este lo sea del todo y la vida sólo mira para adelante en un mundo donde casi ya no tenemos tiempo.

Claro, habrá quien diga que son necios, manipuladores y chantajistas para atraer la atención.   Es posible, ya que adquieren conductas más bien estereotipadas buscando recuperar la posición central que un día tuvieron, pero que nosotros no les vamos a dejar retomar.   Tenemos que ser nosotros hoy los que gobernemos y decidamos; al final así nos educaron. 

La ciencia nos hace vivir más años, combate las enfermedades y puede prolongar la vida; quizá ya puede combatir algunos de los efectos del envejecimiento, pero al final, qué nos puede decir la ciencia del papel que juegan los viejos entre nosotros.   Dónde vamos a poner a tantos ancianos en el futuro; bueno, la pregunta correcta es a dónde vamos nosotros mismos a pasar nuestra vejez.  ¿Con quién?  ¿Cómo?   Si lo miro de esta manera, con la incertidumbre, la desintegración y la extrañeza que tenemos por los viejos y sus cuerpos cambiados y cambiantes, por supuesto que no me da la gana llegar a viejo.  Hoy queremos morir relativamente jóvenes, bien y en uso de nuestras facultades para no causar lástimas, no depender de nadie y nunca llegar a ser un estorbo.   No obstante, sería una lástima que esto ocurriera.  Sería lamentable morir todavía con mucha vida en el cuerpo, pero sobre todo en el corazón y la mente.    Curioso que, por otro lado, hoy nos cuidemos más; cuidemos nuestro peso, lo que fumamos, lo que comemos y que hagamos ejercicio.   ¿Queremos vernos bien en la tumba?

En realidad queremos vivir para siempre, pero vivir bien.  La temida vejez no es sino el reflejo de la pérdida del sentido de vida, en donde lo material, lo visible y lo bello tienen primacía sobre los demás olvidados valores.   Volvemos a los tiempos mitológicos del Olimpo, en donde los Dioses, perfectos y bellos, vivían vidas placenteras, pero que al envejecer eran expulsados y repudiados por los demás Dioses.  

El tiempo no se detiene.  Salvo que un accidente fatal o una enfermedad traicionera acorten nuestra vida, o que francamente decidamos matarnos con tal de no llegar a viejos, sólo es cuestión de tiempo para que el tiempo acumulado en los huesos y en la piel se haga evidente al ojo humano.   Sólo es cuestión de tiempo para que llegues a envejecer   ¿Quieres saber cómo será eso para ti?  ¿Quieres saber el futuro que te depara la vejez?  Yo te ayudo… ven…  mira….asómate a la vida del mundo que te rodea.   Mira cómo te ocupas de tus amigos, de tus hijos, de tu pareja, pero sobre todo mira la vida de los viejos que te rodean.   Ahí encontrarás mucho de tu futuro, mucho de la tan temida vejez.

Mario Guerra

martes, 20 de enero de 2009

¿Morir del todo?

Perder es inevitable; sólo es cuestión de tiempo para que todo aquello que poseemos, material o inmaterial, se separe de nosotros.  Cosas, personas, afectos, joyas, cualidades, mascotas e incluso ideales están inevitablemente destinados a surgir a nuestra percepción, morar a nuestro lado por un tiempo y finalmente a cesar nuevamente de nuestro campo sensorial, ya sea porque el objeto en si mismo se aleje, o a veces decida alejarse, o porque seamos nosotros los que, a través del morir, dejemos atrás todo cuando alguna vez nos fue preciado.

Por supuesto que en esta línea de pensamiento suena macabro el hecho de la inevitabilidad de la separación, pero también en nosotros puede ser que brille una luz de esperanza en donde, el “más allá” sea la solución que va a mitigar nuestra ansiedad, ya sea porque en algún momento futuro volvamos a reunirnos con lo amado, ya porque desde las nubes “lo estaremos viendo” o porque incluso se tiene la noción de que el lugar a donde ha de partir el alma está pletórico de satisfactores que nos harán no añorar aquello que antes cuidábamos con tanto celo.

Si bien la ciencia se empeña cada vez con más ahínco en decirnos que la conciencia es una propiedad emergente del cerebro y que el alma no es sino una construcción necesaria para dar sentido a nuestra vida más allá de la vida, lo cierto es que efectivamente tenemos necesidad de creer en algo.  La necesidad es tan fuerte que, cuando vemos alguna evidencia científica que refuta nuestras creencias, nos aprestamos a decir que la ciencia tiene poco o nada que decir de las materias del alma y de las cosas de las que carece de métodos e instrumentos para medir o siquiera percibir, como el alma misma o la mente (al César lo que es del César y…).

Ya en la edición de Octubre/Noviembre de la revista Mind (www.sciam.com/sciammind) Jesse Bering (Director del Instituto de la Cognición y Cultura de la Universidad de Queens en Balfast, Irlanda) nos dice que:

  1. Casi todo el mundo tiene la tendencia a imaginar que la mente continuará existiendo después de la muerte del cuerpo.

  2. Estudios demuestran que aún la gente que cree que la mente deja de existir al morir, muestra este tipo de razonamiento “continuidad psicológica”.

  3. No se trata de un sub-producto de la religión ni de una especie de “amuleto emocional”.  Hay evidencia que sugiere que estas creencias encuentran su origen en la naturaleza más profunda de nuestra consciencia.

No obstante lo anterior, el autor sugiere que debemos considerar el ineludible hecho de que nunca nos enteraremos que hemos muerto, puesto que para entonces la consciencia estará extinta.   Es decir, nadie sabe lo que se siente estar muerto para poder decirlo del todo, pues si bien hay personas que declaran “haber estado muertas” y regresar; en realidad si regresan es porque nunca estuvieron muertas del todo (no se puede estar medio muerto, aunque luego de lidiar con el tráfico de la Ciudad de México uno puede pensar lo contrario).

El caso es que nos queda claro que la muerte anuncia el fin de la vida; o que el fin de la vida anuncia el inicio de la muerte, pero poco nos queda claro de lo que viene después de eso.  Al final existe también la teoría de que “volvemos al lugar de donde vinimos”, la cuestión es que la explicación que damos de tal lugar tampoco es clara y queda también al amparo de la fe y las creencias individuales o colectivas.

Cada vez más me topo en mi consultorio con personas que desean creer que su ser querido muerto ha pasado a una mejor vida, pero la mente, otrora defensora de tales conceptos, se encuentra inmersa en la ambigüedad de los tiempos modernos en donde otra parte de ella nos impide creer, al menos con la fe de tiempos pasados, ciegamente en esto.  Hoy se duda, se siente aún más grande la soledad y el vacío del ausente ante la perspectiva de una separación definitiva; es decir, ya no se vislumbra como antes la posibilidad de una reunión y la muerte del otro no hace sino recordarnos la nuestra, la que se avecina y que tarde o temprano llegará, pero habremos de plantearnos si en ese momento estaremos rodeados del halo protector de las creencias en una vida futura, o ante la angustia de la extinción definitiva y la sinrazón de una vida destinada al olvido.

Yo por mi parte, por afinidad espiritual, prefiero creer que hay algo más, tengo necesidad de creer y asirme a la idea, y a la sensación, de que esto no termina aquí y que, en el futuro, habremos de enterarnos qué hay del otro lado de la puerta.  ¿Ustedes que piensan?

Mario Guerra

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